El pasado
lunes 20 de enero, Donald Trump asumió la 47° presidencia de los Estados
Unidos, en una ceremonia en la cual participaron, de manera excepcional para el
protocolo del país, otros Jefes de Estado. Javier Milei, invitado personalmente
por el mismo Trump, estuvo presente, y también lo estuvieron el gobernador de
San Juan, Manuel Orrego, “como reconocimiento al trabajo de la provincia en
áreas estratégicas como la minería y las energías renovables”, y el intendente
de Añelo, Fernando Banderet, municipio neuquino y epicentro del desarrollo de
Vaca Muerta, quien no formó parte de la comitiva oficial de nuestro presidente. Por Europa, también por expresa invitación del republicano, estuvo la Primer
Ministro de Italia, Giorgia Meloni, quien apenas un día antes confirmó su
presencia en la ceremonia. Su par húngaro, Viktor Orbán, se excusó por
“cuestiones de agenda” de no poder asistir a la ceremonia, siendo la Meloni
la única representante europea en la investidura del nuevo presidente estadounidense.
Por otro lado, cabe mencionar que los ojos de los medios estadounidenses e
internacionales estuvieron en el tecno palco del Capitolio, con el
propietario de X y ahora funcionario de la nueva administración, Elon Musk,
entre los CEO y dueños de compañías como Meta, Amazon, Google y Tik Tok.
Desde
la victoria de Trump en noviembre del 2024, mucho se habló en los medios
europeos, y sobre todo en los italianos, de la estrecha relación entre el estadounidense y la italiana, y en un posible rol mediador de ésta última entre la
recién arribada administración, y la Unión Europea (UE), con no muy buenos
antecedentes con el primer Trump. Aranceles a las exportaciones europeas, modos poco ortodoxos en la política internacional, y una preferencia a los
diálogos vis-a-vis con otros mandatarios, por sobre las negociaciones
con estructuras supraestatales; el primer Trump no se llevó para nada bien
con la UE, cuando Angela Merkel aún ocupaba el puesto de presidenta de la
Comisión, ni con su sucesora, y actual presidenta por segunda vez consecutiva,
Úrsula Von der Leyen. La UE se encuentra, además, en un momento de profundas
crisis económicas - ralentización del crecimiento de sus economías, caída de la
productividad y competitividad, desmembramiento de sus industrias de defensa,
entre otros -, así como, políticas e institucionales – colapso de coaliciones
de mayoría, países sin gobierno, llamado anticipado de elecciones. Alemania y
Francia, los motores económicos y ejemplos de la otrora estabilidad de las
democracias liberales de Occidente, hoy enfrentan este tipo de problemas. Como
corolario, la guerra en territorio ucraniano, que el próximo febrero cumplirá 3
años, no hizo más que intensificar las tensiones en un bloque que escondió
debajo de la alfombra, por décadas, su dependencia estratégica y en materia de
defensa con la economía norteamericana.
Ya se adelantó en este proyecto editorial acerca de los lazos personales e ideológicos entre Trump y la Meloni. La
idea de ser un “puente” o una dialoguista entre bandos es algo que le sale bien
a la italiana; un rol que viene practicando hace años, e incluso antes de ser
Primer Ministro, en el Parlamento europeo. Un momento clave se dio en el
2021, cuando el partido de Orbán, el Fidesz, decide irse del Partido
Popular Europeo (PPE), liderado por el alemán Manfred Weber, y fuerza
mayoritaria desde las elecciones parlamentarias del 2019. Las constantes
críticas a las políticas del húngaro, sobre todo en lo que respecta al Estado
de Derecho en su país, por parte de varios populares, y las tensas
relaciones entre Orbán y la propia Von der Leyen, miembro del PPE, hicieron que
aquel diera la orden de dejar la fuerza. El Fidesz quedó sin bloque
parlamentario, y el húngaro se acercó (como era de esperarse) al Partido de los
Reformistas y Conservadores (ECR), conducido por entonces por la Meloni (cargo
que dejó hace apenas unos días, siendo su sucesor el ex Primer Ministro polaco
Mateusz Morawiecki). Orbán también tendió lazos con el Rassemblent National
de Marine le Pen, y La Lega de Matteo Salvini, por entonces, parte ambos
del grupo parlamentario Identidad y Democracia (ID). La “orfandad” del húngaro
permitió pensar en una renovada coalición de las derechas europeas, al poder
unir al ECR y a ID; este plan, sin embargo, fracasó ese mismo año, debido a las
divergencias en política exterior entre ambas fuerzas (la primera atlantista,
la segunda con una clara intención de recuperar relaciones con el Kremlin). Hay
quienes dicen que fue la misma Meloni quien saboteó esta posible unión: esto le
valió, sin embargo, el agradecimiento de Weber, cuyo partido mantuvo la mayoría
de escaños en el parlamento, y las buenas relaciones con Von der Leyen (quien
recuperó la agenda italiana a nivel europeo, siendo el control de la
inmigración uno de los temas centrales). Meloni quedó, en consecuencia, “en
medio” del PPE y la presidenta de la Comisión, por un lado, y las principales
fuerzas de las derechas continentales, por el otro.
Dialoguista y pragmática,
este reconocimiento lo tiene también a nivel local, siendo el punto de
encuentro y negociación entre las tres fuerzas que conviven en la coalición
gobernante del país: su partido Fratelli d’Italia, Forza Italia,
liderado por Antonio Tajani, y La Lega de Salvini.
El caso de Cecilia Sala
Previo
al insediamento de Trump, la Meloni tuvo dos encuentros con el
republicano. El primero, tuvo lugar la noche del 7 de diciembre del 2024, en
París, luego de la ceremonia de reinauguración de la Catedral de Notre-Dame.
En el Palacio del
Elíseo, Trump, la Meloni y Musk – gran amigo también
de la italiana - tuvieron una “agradable ocasión de diálogo”. El segundo
encuentro fue el 5 de enero pasado, en la casa del republicano en Mar-a-Lago
(Florida); el caso de la periodista italiana Cecilia Sala, arrestada el 19
de diciembre del 2024 en Teherán, por parte de los servicios de seguridad de
Irán, y luego encarcelada en una celda de aislamiento en la prisión de Evin, al
norte de la capital, fue el tema central en esta ocasión.
¿Quién es Cecilia Sala? Ciudadana italiana de
29 años, nacida en Roma, Sala es una periodista que escribe en el diario Il
Foglio, y realiza el podcast Stories, perteneciente a la compañía
audiovisual italiana Chora Media. Sala contaba historias personales para
dar a conocer la realidad internacional, y desde el 12 de diciembre pasado, se
encontraba en Irán para grabar los episodios del podcast, con la visa de
trabajo como periodista correspondiente. Siete días después, Sala fue capturada
y enviada a la prisión de Evin, reconocida internacionalmente por la
arbitrariedad en los procesos de arresto de sus detenidos (básicamente,
“opositores al régimen iraní”), y por la violación a los derechos humanos y las
condiciones de sus prisioneros. La noticia de la detención de Sala fue
difundida, oficialmente, el viernes 27 de diciembre, a través de un
comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia; por su
parte, las autoridades iraníes no han hecho nunca una acusación formal ante la
detención de la periodista, y el 31 de diciembre pasado, el Ministerio de
Cultura y Orientación Islámica de Irán, anunció que Sala “había violado la ley
de la República Islámica de Irán”, y que estaría aislada, bajo interrogatorio.
Lo vago de esta acusación por parte de las autoridades
iraníes alimentaron una hipótesis de arresto, difundida por los medios de
comunicación italianos: Sala sería utilizada como “moneda de cambio” para
liberar a Abedini Najafabadi, un ingeniero iraní -y ciudadano suizo- de 38 años,
detenido el 16 de diciembre del 2024 en el Aeropuerto de Malpensa, por orden de
la justicia de los Estados Unidos, y luego trasladado a una cárcel en Milán. Abedini
fue acusado de suministrar material electrónico y drones a Irán, así como de
prestar apoyo militar al Pasdaran, el Cuerpo de la Guardia de la
Revolución Islámica de Irán, inculpado por parte de Estados Unidos de un ataque con
drones en Jordania, en enero del 2024, causando la muerte de tres soldados
estadounidenses -desmentido todo por Irán.
Por
veinte días, la duración del encarcelamiento, la opinión pública italiana
estuvo tomada por el caso Sala. La diplomacia, el Servicio de
Inteligencia Exterior de Italia - l’AISE, Agenzia Informazioni e Sicurezza
Esterna -, y el mismo Consejo de Ministros, estuvieron implicados en la
resolución de un caso que había adquirido una clara resonancia internacional.
Un poco “por sorpresa”, el 5 de enero pasado, la Meloni visitó al electo
presidente estadounidense en su residencia; según trascendió en los medios de ambos
países, la Primer Ministro habría propuesto el tema de la periodista “de
forma insistente y agresiva”, y, según informó Il Post, Meloni
solicitó a Trump de no polemizar sobre este asunto con Joe Biden (en retirada
de la Casa Blanca). No se tuvieron noticias, sin embargo, de lo que “Italia
ofrecería e Irán y a Estados Unidos a cambio en estas negociaciones”.
La
tarde del miércoles 8 de enero, Sala aterrizó en el Aeropuerto de Roma (unos
días después, Abedini regresó en Irán).
Un
puente en el Mediterráneo
Más
allá de las características personales de la Meloni, de su pragmatismo y
capacidad de diálogo, hay un factor que no se tiene que perder de vista a la
hora de hablar de las relaciones entre Estados Unidos y la UE. Italia es un país del
Mediterráneo. El mar que conecta el sur del continente europeo, el
norte de África y el Occidente asiático. Con relevancia estratégica, militar,
histórica y económico-comercial debido al tráfico que permite a través del
Estrecho de Gibraltar –entrada y salida desde y hacia el Océano Atlántico -,
el Canal de Suez -construcción en territorio de Egipto, que permite el flujo
hacia el Mar Rojo en primer lugar, y desemboca en el Océano Indico-, y el
Estrecho de Dardanelos –que conecta el Mar Egeo con el Mármara, y permite
arribar al Mar Negro.
Las
crisis que enfrentan actualmente Alemania y Francia, quienes comandaron por
décadas una UE que centró su acción en el eje centro-norte del bloque (la
Europa Occidental siempre se diferenció de la Mediterránea), pueden significar
un cambio de estrategia para Bruselas. Acá es donde puede entrar a jugar la Meloni, con sus vínculos (¿e
influencias?) con un Trump recagardo y en pleno plan expansionista.
Antes de su asunción, el americano anunció su intención de comprar Groenlandia,
y de recuperar el Estrecho de Panamá. Groenlandia, la isla más grande del mundo, conecta el Océano Atlántico Norte con el Océano Ártico. Además de tener
relevancia estratégica, ya que forma parte del GIUK gap con
Islandia y Gran Bretaña -alianza militar y territorio de conexión entre el
Occidente y Rusia-, es una fuente importante de materias primas y recursos,
como las “tierras raras”, necesarias para la transición ecológica de la
economía. Y el Canal de Panamá es la vía principal entre el Océano Pacífico y el
Atlántico. En este sentido, el Mar Mediterráneo es otra ruta cuya
importancia a nivel global podría interesar a la nueva administración
trumpista. ¿Esto significa que la Meloni (y que Italia) deban ceder sin “peros”
a las ambiciones de Trump? La respuesta es obvia: no. Pero el Mediterráneo da
al gobierno italiano un pie (o dos) donde pararse firme, frente a futuras
negociaciones con Estados Unidos.
Por último, la capacidad mediadora de la italiana
se va a medir, también, en su habilidad para no generar tensiones con Bruselas,
sobre todo con Von der Leyen, con quien mantiene buenas relaciones. En un
momento donde la UE se enfrenta a dos problemas serios, que involucran a Estados Unidos:
su dependencia en materia militar y de defensa, y su crisis de competitividad. Europa se prepara para los embates que generen las medidas proteccionistas del
republicano. Por ahora, todo está por verse.